La Copa Mundial de la FIFA de 1966 se celebró en Inglaterra y la FA convocó a los mejores fabricantes para que suministraran cada uno un balón sin marcas, de entre los cuales se haría la selección final.Slazenger, un fabricante deportivo de Dewsbury en Yorkshire formó parte del selecto grupo de los elegidos. Se decidió que Malcolm Wainwright, quien en aquel entonces tenía 32 años, había hecho balones desde los 15 años y era considerado el mejor artesano de la compañía, fabricaría el balón de muestra. “Hice un total de 20 balones”, recuerda, y añade: “Eran balones de 24 piezas, lo cual significaba que había seis piezas hechas de tres bandas largas de cuero, pero las piezas centrales de estas tres bandas tenían una costura adicional en el ángulo derecho para darle más firmeza al balón. Me pidieron que lo hiciera con especial cuidado.Verificaron el peso, pero el jefe también revisó como se veían. Con una simple mirada y su experiencia, podía decir si la forma era completamente redonda y si las costuras eran perfectas. Finalmente, escogió la mejor y la envió a Londres”.Los balones fueron colocados en una mesa en la sede de la FA en Londres. Ninguno tenía marcas; sólo estaban numerados y fueron examinados por expertos para verificar su circunferencia, pérdida de presión, peso, rebote y demás características. Afortunadamente para Slazenger, su balón fue escogido.Se encomendó a Wainwright y a otros siete expertos el cosido de 300 balones, los necesarios para la Copa Mundial de la FIFA 1966. Cada uno llevaría el nombre del artesano en la parte interior del balón. Esto era una costumbre entre estos profesionales, porque antes de hacer la última costura, cada balón se enviaba a un especialista que se encargaba de introducir la vejiga. Luego, el balón era devuelto al mismo profesional para que realizara la costura final. Algo muy importante dado que estos artesanos eran pagados por pieza.El balón utilizado en la final en la que Inglaterra doblegó a la República Federal de Alemania 4 a 2 en 1966 estuvo extraviado por muchos años. Debía haber sido entregado a Geoff Hurst, el único hombre que ha marcado una tríada de goles en una final de la Copa Mundial de la FIFA, pero terminó en manos del jugador alemán Helmut Haller y se convirtió en el balón con el que aparentemente su hijo jugó durante muchos años en el jardín trasero de la casa. El balón se encuentra ahora en el Museo Nacional de Fútbol de Preston en el Reino Unido y la única manera de saber quién fue el fabricante del balón sería deshacer una costura y echar un vistazo al nombre inscrito adentro... ¡una idea tentadora!
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